viernes, 3 de diciembre de 2010

Aguantar.


Nunca sabemos hasta dónde somos capaces de aguantar. La mayoría de las veces aguantamos porque queremos. Porque queremos a nuestra pareja, a nuestros amigos, a nuestra familia. Y creemos que si aguantamos, un poquito, algún día todo se acabará. Lo que nunca tenemos en cuenta, lo que casi siempre olvidamos, es que los humanos tenemos una capacidad acojonante para acostumbrarnos a las cosas. Si nos dan un poco, nos quedamos con todo. Y es muy fácil aprovecharse del cariño que los demás nos tienen. Yo mismo lo he hecho alguna vez. Y lo volveré a hacer, seguro. El problema es que el amor no lo puede todo. Y cuando digo amor no me refiero sólo a las relaciones de pareja. Y duele. Y dan ganas de acabar, de cortar con esos amigos que rompen la cuerda cada día, con esos familiares que nos chantajean, con esos compañeros de trabajo o estudio que nos decepcionan. Pero aguantamos. Aunque al anochecer nos metamos en la cama y pensemos que esta será la última vez. Nunca lo es. Sólo nos mentimos para poder aguantar un poco más. Porque, como ya he dicho antes, nos autodestruimos creyendo que algún día todo se acabará, que la gente dejará de utilizarnos como bancos de sonrisas, de fuerza, de ganas, de oportunidades, de lucha. Porque somos más que eso y a ratos nos da que pensar que nos merecemos algo distinto a lo que estamos recibiendo.


Antes de que suene a despedida, a tristeza sostenida que no deja de latir. Y antes de que te des por vencida piensa que es la única vida que podemos compartir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario