domingo, 17 de octubre de 2010


¿Has amado alguna vez a alguien hasta llegar a sentir que ya no existes? ¿Hasta el punto en el que ya no te importa lo que pase? ¿Hasta el punto en el que estar con él ya es suficiente, cuando te mira y tu corazón se detiene por un instante? Yo sí.


Solo tengo un puñado de palabras, y prometí usarlas para hacerte reír. Me puse peluca y sombrero, la cara pintada y el disfraz de aprendiz ingenuo que juega a subirte las faldas.
Puedo decir que tu risa es algo que siempre me he tomado muy en serio. Cada cual tiene su gasolina para rugir, la mía es mezcla de labios y cuentos con leve inclinación de gesto cuando la risa te desborda la boca.

Por supuesto el tiempo es tiempo, y la arena no siempre es playa. Estar ahí, cogerte la mano al dar un paseo, ayudarte a dormir, todo eso. Alguna vez te vi llorar y alguna vez también te vi contener las lágrimas. Te escuché hablar con voz cansada de cuna mientras por dentro había una hoguera de hielos que te quemaban.

Y me quedé en silencio, sin saber qué decir, yo, que te confesé que solo tenía un puñado de palabras y prometí usarlas para hacerte reír. Me quedé en silencio, rota al verte resquebrajada. Asustada y muerta de miedo, como una niña feliz que al mirarse solo ve la pálida cara de una mujer triste al otro lado del espejo.
Tragué saliva, respiré, y pellizqué mis heridas para entender que lo bueno de los malos momentos es que se pasan. Lo malo, es que los buenos también.

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